Adviento en tiempos apocalípticos – Parte III: “La vigilancia”

“Como en los días de Noé, así será también la venida del Hijo del hombre. Porque, del mismo modo que en los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno será tomado, y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo en el molino: una será tomada, y la otra dejada. Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le abriesen un boquete en su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque, cuando menos lo penséis, vendrá el Hijo del hombre.” (Mt 24,37-44)

Si podría escoger una palabra que debería hacer parte de los conceptos dominantes en el Tiempo de Adviento y en relación con el Retorno de Cristo al que se dirige la historia, sería el término “vigilancia”. La vigilancia es superar la costumbre y el letargo que tan fácilmente nos envuelven a los hombres. La vigilancia significa que el alma está enfocada en lo esencial; que vive en el así llamado “kairós”.

En efecto, el mismo hecho de que nuestra vida terrena está limitada por la muerte, debería enseñarnos cuán importante es la vigilancia. Si, gracias a la fe, hemos comprendido que, en comparación con la eternidad, esta vida es menos que un abrir y cerrar de ojos; y que en la eternidad nuestra cercanía a Dios dependerá de la medida en que hayamos correspondido a su amor en este mundo, entonces viviremos en una fecunda vigilancia. ¡Ahora es el tiempo en que podemos actuar! ¡Ahora es el tiempo en que podemos “acumular tesoros en el cielo” (cf. Mt 6,20)! ¡Éste es el tiempo en que, día a día, podemos demostrarle nuestro amor a Dios! ¡Sólo tenemos esta vida, que nos ha sido encomendada por el Señor, y, en Él, este tiempo nos pertenece!

El texto evangélico que escuchamos al inicio describe cómo el hombre se aferra a la vida natural. Este apego es tan fuerte que nada logra despertarlo realmente para leer los signos de los tiempos. Nada puede moverlo a percibir la verdadera situación de su vida y responder debidamente a ella. Por eso, tampoco reconocerá la Venida del Hijo del hombre en orden a los signos que la preceden. Así, el hombre está totalmente desprevenido.

Existe una vigilancia que está atenta a los peligros que amenazan a la persona, y le hacen adoptar la actitud adecuada frente a ellos: “Si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le abriesen un boquete en su casa.”

Y hay también una vigilancia del amor: es la de aquellas almas que esperan el Retorno del Señor y están ocupadas trabajando llenas de fervor en su viña. En tales almas, ha despertado ya el amor a Cristo, e incluso pueden acelerar su Venida, como dice el Apóstol San Pedro:

“Si todas estas cosas se van a destruir de ese modo, ¡cuánto más debéis llevar vosotros una conducta santa y piadosa, mientras aguardáis y aceleráis la venida del día de Dios!” (2Pe 3,11-12).

En lo que refiere a la vida espiritual, que a través de la espera consciente del Retorno del Señor adquiere un dinamismo adicional, ambas actitudes de la vigilancia son importantes y se complementan.

La vigilancia del amor, que significa que la presencia del Espíritu Santo va creciendo en nosotros, nos hace muy atentos hasta para los más mínimos deseos del Señor, y además nos lleva a esforzarnos cuidadosamente por cumplir en el espíritu de piedad las tareas que el Señor nos ha puesto en nuestra vida (los deberes de estado).

Pero, al mismo tiempo, una vigilancia obrada por el Espíritu de Dios está también consciente de los peligros que rodean al hombre. La gran confianza en Dios, que va creciendo a través del amor, de ningún modo nos hace ciegos. Entonces, no nos lleva a una actitud de ingenuidad confiada, que no sabe medir las situaciones; sino que nos hace ver las cosas desde la perspectiva de Dios. Así, la vigilancia no es ni una tensión temerosa o una sobrevaloración del mal; ni tampoco es un mero optimismo de que “todo estará bien”.

En cuanto al Retorno del Señor –que, como habíamos escuchado, incluso podemos anticipar a través del amor–, sabemos de los signos que lo precederán. Se nos han descrito lo suficiente. El Señor incluso nos los señala específicamente, para que así sepamos reconocer que está próxima su Venida.

El Señor está cerca, y en tiempos crecientemente apocalípticos se requiere particular vigilancia de nuestra parte.

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