Escucharemos la lectura correspondiente al día de ayer en el calendario tradicional:
1Pe 2,1-10
Así pues, habiéndoos despojado de toda malicia y de todo engaño, de hipocresías, envidias y de toda suerte de maledicencias, apeteced, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que con ella crezcáis hacia la salvación, si es que habéis gustado qué bueno es el Señor. Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, también vosotros -como piedras vivas- sois edificados como edificio espiritual para un sacerdocio santo, con el fin de ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por medio de Jesucristo.
Por lo que dice la Escritura: ‘Mira, pongo en Sión una piedra angular, escogida, preciosa; quien crea en ella, no será confundido’. Por eso, para vosotros, los creyentes, el honor; pero para los incrédulos: ‘La piedra que rechazaron los constructores, ésta ha llegado a ser la piedra angular, y piedra de tropiezo y roca de escándalo’. Ellos tropiezan, porque no creen en la palabra: para esto habían sido destinados. Pero vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido en propiedad, para que pregonéis las maravillas de Aquel que os llamó de las tinieblas a su admirable luz: los que un tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios, los que antes no habíais alcanzado misericordia, ahora habéis alcanzado misericordia.
¡Cuán esencial es para nuestro seguimiento del Señor que trabajemos en nuestro propio corazón, superando nuestras malas inclinaciones o al menos logrando refrenarlas de tal manera que no obtengan el control y oscurezcan nuestra vida! Una y otra vez debemos cobrar consciencia de ello, pues la eficacia de la gracia de Dios en nuestra vida depende también de qué tan libre esté nuestro corazón para cooperar con ella y para dejar traslucir la luz del Señor con la mayor transparencia posible. En una de sus exhortaciones apostólicas, el Papa Juan Pablo II decía: “La santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia” (Christifidelis laici). Sobre este trasfondo hemos de entender las palabras de San Pedro en la lectura de hoy.
¡Cuán sublime es la vocación que nos presenta el Apóstol, recordándonos que nosotros mismos somos “piedras vivas” con las que se va edificando un “edificio espiritual! Se trata del Cuerpo Místico de Cristo, que se forma con los fieles como miembros, cuando éstos permanecen fieles a su vocación. San Pedro habla incluso de un “linaje escogido”, de un pueblo adquirido en propiedad por Dios.
Nosotros somos ese pueblo y, como tales, se nos encomienda una tarea primordial: “Vosotros sois (…) un pueblo adquirido en propiedad, para que pregonéis las maravillas de Aquel que os llamó de las tinieblas a su admirable luz.”
Estas palabras se dirigen, en primera instancia, a aquellos cristianos que, habiendo sido paganos, encontraron la luz de la fe: “Los que un tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios, los que antes no habíais alcanzado misericordia, ahora habéis alcanzado misericordia.”
Ciertamente se aplica también a todos nosotros, que intentamos servir en la viña del Señor y cumplir la tarea que se deriva de nuestra vocación específica.
Pregonar las maravillas de Dios significa, ante todo, dar testimonio de la obra incomparable de nuestro Padre al enviarnos a su Hijo como Salvador del mundo. Éste es el mensaje perenne que todos los fieles están llamados a anunciar en espíritu de santidad.
Escuchemos una vez más al Papa Juan Pablo II: “La llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. Cada misionero lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad” (Redemptoris Missio).
Si cumplimos esta condición y damos testimonio de acuerdo con la doctrina no adulterada de la Iglesia, hay esperanza de que también en estos tiempos oscuros crezcan frutos santos en la misión.
Si, en tiempos de crisis, los hombres reconocen que la fe en Dios resulta ser un sostén firme en la vida y el amor de Cristo es la única seguridad con la que siempre se puede contar, abrirán sus corazones, creerán el mensaje del Evangelio y confiarán en aquellos que les traen esta Buena Nueva en el espíritu de santidad.
Aunque la conversión de las personas no esté en nuestras manos ni podemos lograrla simplemente con nuestra voluntad, viendo así los frutos de nuestros esfuerzos, sí que es nuestra responsabilidad la lucha por la santidad. Nuestro Padre es capaz de integrar en su plan de salvación todos los actos que realizamos en el camino de la santidad, a menudo en lo escondido, de tal manera que el amor aumente en la Tierra y la luz resplandezca con mayor intensidad.
Así, a todos los fieles se les ofrece la posibilidad de cooperar en la gran obra de Dios y, al mismo tiempo, de volverse fructíferos con sus propios esfuerzos por la santidad. En el camino de la santidad, todo lo que hagamos en unión con la Voluntad de Dios puede contribuir para lograr el gran objetivo: que el Reino de Dios tome cada vez más forma en la Tierra. ¡Qué necesario es anunciarle a un mundo tan alejado de Dios cuán misericordioso es el Señor y cómo Él llama a todos los hombres a su Reino de amor!
NOTA: Puesto que hoy es el día 7 del mes, que siempre lo dedicamos de forma especial a nuestro Padre Celestial, queremos invitaros a escuchar los “3 minutos para Abbá”, que es un pequeño impulso que publicamos a diario con el fin de profundizar la relación de confianza con Dios Padre. Podéis encontrarlos en los siguientes enlaces:
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