¿A quién temeré?

Sal 26,1.4.13-14

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?

Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo.


Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. 

¿A quién hemos de temer? Esta pregunta ya está respondida, porque nada podrá separarnos del amor de Cristo, como nos enseña el Apóstol de los Gentiles con toda convicción (Rom 8,39).

No obstante, para alcanzar esta certeza de la fe es necesario cumplir un prerrequisito indispensable. Si bien nuestro Padre nos brinda toda la protección de nuestra vida, movido por su amor a los hombres, nos corresponde a nosotros buscar nuestra seguridad en Dios y no en las cosas creadas. Estas últimas son frágiles y perecederas. “No confiéis en los príncipes, seres de polvo que no pueden salvar” –nos dice el salmo 145 (v. 3).

Precisamente en los últimos años han cobrado gran actualidad estas palabras del salmo. Fijémonos, por ejemplo, en la así llamada “pandemia”, que fue proclamada apresuradamente ante el brote del coronavirus, y en todas las medidas que se tomó para prevenirlo. Si uno se fija bien en esta situación, podrá constatar cómo los gobiernos pueden emprender un rumbo equivocado. Las autoridades civiles, lamentablemente apoyadas por ciertos científicos, impusieron medidas severas sobre la población, restringiendo masivamente su libertad. Por desgracia, las autoridades eclesiásticas respaldaron estas medidas. Esto afectó a casi toda la población mundial, a la que se pretendió convencer o incluso coaccionar de muchas maneras para que se someta a una inyección que aún no había sido suficientemente examinada. Entretanto, sabemos que esta “inyección” no protege del contagio y que las medidas de precaución no se tomaron en beneficio de la población. Al contrario, las consecuencias de las así llamadas “vacunas” son devastadoras, aunque las personas en general aún están lejos de cobrar consciencia de ello.

En el contexto de una meditación bíblica, no quiero ahondar más en este tema controvertido. Sin embargo, recomendaría encarecidamente que cada uno se forme una opinión fundada sobre este asunto, que no se base solamente en las informaciones que recibimos de aquellos que implementaron muchas medidas erróneas.

Lo esencial en el contexto de esta meditación es que comprendamos que no podemos poner nuestra seguridad en las autoridades humanas, sean las que fueren. Esta es ciertamente una de las lecciones más importantes de este drama que, por desgracia, no ha concluido aún.

El salmo de hoy nos enseña sabiamente que sólo en Dios podremos encontrar la anhelada seguridad y la paz del alma. Todo lo demás no es más que una ilusión, pues las cosas terrenales son transitorias y las personas, sea cual sea su posición, pueden fallar.

Si queremos recibir en nuestra vida las bendiciones de este salmo, es necesario que sometamos a un examen espiritual todas las seguridades en las que nos cimentamos. Ésta es una tarea fructífera, que nos preparará para las dos dimensiones que tiene en vista el santo Tiempo de Adviento: tanto para la Fiesta del Nacimiento del Salvador como para su Segunda Venida gloriosa.

¿Está nuestra vida totalmente enfocada en Dios? ¿Es que Dios ocupa realmente el primer lugar en nuestra vida? ¿Le pertenece nuestro corazón al Niño de Belén? ¿Es el Señor nuestro consuelo y nuestra alegría, nuestra luz y nuestra salvación? ¿Estamos esperando atentamente el Retorno de Cristo y seguimos su consejo de llevar nuestra vida con vigilancia?

Evidentemente aún no han llegado a su fin los tiempos de crisis que estamos viviendo, los cuales, desde mi punto de vista, tienen una dimensión apocalíptica. En ese sentido, se torna aún más importante poner toda nuestra confianza en Dios, para poder exclamar junto al salmista: “El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?”

Así como el salmista anhela habitar siempre en el Templo del Señor, así nuestro corazón ha de enfocarse totalmente en el Señor que retorna y hallar en Él su seguridad y su hogar. Pase lo que pase y venga lo que venga, hemos de acatar las palabras del salmo: “Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.”

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