El verdadero amor al hermano

1Jn 2,6-11

Quien dice que permanece en Dios, debe caminar como él caminó. Queridísimos: no os escribo un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que se verifica en él y en vosotros, porque las tinieblas van desapareciendo y brilla ya la luz verdadera. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está todavía en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no corre peligro de tropezar. En cambio, quien aborrece a su hermano está en las tinieblas y camina por ellas, sin saber adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.

El Apóstol lleva adelante sus sencillas y claras instrucciones, porque, si queremos «permanecer en el Señor», debemos cuestionarnos sobre nuestro modo de vida: ¿se ajusta a la voluntad de Dios?, ¿refleja la vida de Cristo?

Como vimos en la meditación anterior, no podemos pretender vivir en armonía con Dios si no cumplimos sus mandamientos. En efecto, la fidelidad a su ley debe reflejarse claramente en nuestra vida. En los tiempos confusos que atravesamos, es necesario defender la verdad dentro y fuera de la Iglesia, cada uno por el camino que el Señor le indique. Si tenemos presente que toda la confusión que aflige hoy en día al mundo es consecuencia del desprecio de los mandamientos de Dios, concluiremos que no hay nada más importante para los cristianos que dar testimonio, con nuestra forma de vivir, de que su Ley es santa y de que cada palabra de Cristo pesa más que todos los bienes terrenales y cualquier consideración humana.

Con la venida de Jesús, la luz misma entró en el mundo. Si antes ya se vislumbraba en las palabras de los profetas que anunciaban la llegada del Mesías, ahora se manifiesta en todo su esplendor. Ni siquiera Juan el Bautista era la luz, sino que daba testimonio de ella (Jn 1,8). Solo el Hijo de Dios es «la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo» (v. 9).

Ahora nos corresponde vivir en esta luz y el pasaje de hoy señala algo esencial: en la gracia de esta luz, estamos llamados a practicar el amor al hermano. Si lo hacemos, permanecemos en la luz; en cambio, si odiamos al hermano, permanecemos en las tinieblas.

En primer lugar, San Juan se refiere sin duda al amor fraternal que surge de la fe común en Cristo. Con ello, nuestra mirada se centra en la Iglesia, que es el sitio donde aprendemos este amor y donde hemos de ponerlo en práctica con la comunidad de los fieles. Es evidente que cualquier forma de odio, desprecio, burla, humillación o hablar mal del hermano atenta contra el amor. Todo esto deberíamos tenerlo claro y es nuestra tarea purificar nuestro corazón para detectar de raíz cualquier atisbo de oscuridad que aún actúe en nosotros y quiera cegarnos.

Ahora bien, ¿qué debemos hacer cuando vemos que nuestro hermano peca? ¿Qué nos dicta entonces la caridad fraterna? El Señor mismo nos da la respuesta: «Si tu hermano peca contra ti, vete y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18,15). Ciertamente, esto también debemos aplicarlo, de forma adecuada, cuando sus pecados no van dirigidos directamente contra nosotros mismos, sino que afectan a la vida del hermano y empañan su testimonio cristiano. Sin duda, todo nuestro actuar, sobre todo cuando se trata de hacer una «corrección fraterna», debe estar preparado y acompañado por nuestra oración. ¡No lo olvidemos!

Pero, ¿cómo se debe aplicar el amor fraterno cuando, por ejemplo, la jerarquía eclesiástica causa escándalos públicos y no se tiene la oportunidad de hablar directamente con las personas involucradas?

En ese caso, lo primero es esperar a ver si algunos representantes de la misma jerarquía denuncian tales escándalos (por ejemplo, el culto público a la Pachamama en el Vaticano, la declaración Fiducia supplicans, etc.) e intentan hacer una corrección fraterna. Ese sería el canal privilegiado.

Sin embargo, es necesario advertir a los fieles cuando los extravíos de la jerarquía ponen en peligro la fe —lo que lamentablemente es el caso actualmente— y no hay quién realice las debidas correcciones públicas. Entonces, será el amor fraterno —del que ha de estar lleno nuestro corazón— el que nos impulse a ayudar a nuestros hermanos espirituales a discernir los espíritus. Esta advertencia ha de servirles para que, con la ayuda de Dios, puedan continuar su camino de seguimiento de Cristo sin sufrir daño. En lo que respecta a los hermanos que yerran, hemos de orar por ellos.

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Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/dios-siempre-primero-3/

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