Cumplir la misión encomendada

1Tim 6,13-16

En presencia de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que ante Poncio Pilato rindió tan hermoso testimonio, te ordeno que conserves el mandato sin tacha ni culpa hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que a su debido tiempo hará ostensible el Bienaventurado y único Soberano, el Rey de los reyes y el Señor de los señores, el único que posee inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver. A él el honor y el poder por siempre. Amén.

Las palabras que hoy escuchamos del Apóstol de los Gentiles nos muestran cuán importante es cumplir una misión encomendada por Dios. San Pablo le ordena a Timoteo, es decir, le da una instrucción vinculante, y lo hace «en presencia de Dios y de Jesucristo» para dar mayor fuerza a sus palabras. ¡Y este encargo estará en vigor hasta la Segunda Venida del Señor!

Resulta evidente que estas palabras del Apóstol no se dirigen únicamente a Timoteo, sino a todos aquellos que han sido llamados al servicio del Señor y han de dar testimonio de Cristo en el mundo. Así como existen distintos carismas en la Iglesia, también hay diferencias en el alcance de las misiones que el Señor encomienda a cada uno.

Pensemos, por ejemplo, en la parábola de los talentos, que fueron distribuidos en cantidades distintas a cada siervo. Sin embargo, cada uno de ellos tuvo que rendir cuentas a su señor de lo que había hecho con los bienes que le habían sido confiados, ya fueran muchos o pocos talentos (cf. Mt 25,14-30). Del mismo modo, cada persona debe cumplir con la misión particular que le ha sido encomendada por el Señor para edificar el Reino de Dios en este mundo.

Entonces, cada uno de nosotros puede preguntarse ante Dios: ¿cuál es la misión que me ha sido encomendada? ¡Estas fuertes palabras de San Pablo pueden despertarnos de nuestra somnolencia! Y que nadie se sienta demasiado pequeño, ni siquiera quien crea poseer solo un talento, pues también este único talento ha de multiplicarse y no tenemos derecho a enterrarlo. Cada talento dado por Dios es valioso para su Reino y, si lo utilizamos de la forma adecuada, dará mucho fruto.

Entonces, ¿cómo podemos reconocer nuestra tarea especial en este mundo?

Como cristianos, tenemos una misión que nos ha sido encomendada a nivel general: dar testimonio del Señor con palabras y obras, y practicar las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales. Esto sería suficiente y, si todos los cristianos cumplieran con esta tarea en la fuerza del Espíritu Santo, sin duda el mundo estaría más impregnado de Dios.

Pero, aparte de esta misión general, también existen tareas específicas diseñadas particularmente para cada uno de nosotros. Entonces, ¿cómo podemos descubrir cuál es nuestra misión específica?

En primer lugar, debemos observar atentamente en qué circunstancias de vida Dios nos ha puesto y cuáles son las tareas que conlleva nuestra realidad concreta. Podemos aprovechar, por ejemplo, nuestra profesión, que no debería ser solo un medio para obtener el sustento necesario para vivir. Supongamos que soy profesor. Entonces, se me ha encomendado la tarea de transmitir las ciencias de una forma que glorifique a Dios. Así, la profesión se convierte en vocación o, dicho de otro modo, en una misión encomendada por el Señor. Podríamos aplicar esto a muchos otros campos: nuestra profesión se vuelve una misión si la llevamos a cabo a la luz del Señor.

Pero también existen situaciones difíciles que pueden convertirse en un encargo del Señor para nosotros. Por ejemplo, una grave enfermedad que nos hace incapaces de seguir asumiendo nuestras responsabilidades habituales. Ahora, nuestra misión consistirá en la forma de afrontar dicha enfermedad. ¿Intentamos sobrellevarla de tal modo que produzca frutos para el Reino de Dios? ¿Les damos a los demás el testimonio de soportar una enfermedad entregados a Dios, como una participación en la Cruz del Señor?

Como vemos, Dios puede valerse de todas las circunstancias de la vida y convertirlas en una misión para nosotros. También puede llamarnos a abandonar el mundo y llevarnos a una vida de intenso seguimiento de Cristo, para cumplir allí la misión que Él ha dispuesto para nosotros.

Lo importante es comprender que tenemos el honor de ser enviados por Dios para cumplir una misión en este mundo. Si somos conscientes de ello, no nos enredaremos en los asuntos mundanos y podremos levantar nuestra mirada a Dios en todo momento para examinar si estamos siguiendo sus huellas. De este modo, permanecemos vigilantes y nos acercamos conscientemente al Retorno del Señor.

Descargar PDF

Supportscreen tag