En el calendario tradicional, se celebra hoy la Fiesta de la Sagrada Familia. Por tanto, nuestra meditación de hoy se basará en la lectura prevista para esta Fiesta. Si alguno de nuestros oyentes quisiera escuchar una meditación correspondiente a la Fiesta del Bautismo del Señor, siguiendo el nuevo calendario litúrgico, podrá encontrarla en el siguiente enlace: http://es.elijamission.net/el-bautismo-del-senor-2/
Col 3,12-17
Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. Soportaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga queja contra otro; como el Señor os ha perdonado, hacedlo así también vosotros. Sobre todo, revestíos con la caridad, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo se adueñe de vuestros corazones: a ella habéis sido llamados en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente. Enseñaos con la verdadera sabiduría, animaos unos a otros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando agradecidos en vuestros corazones. Y todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Esta lectura prevista para la Fiesta de la Sagrada Familia está llena de sabias exhortaciones e instrucciones del Apóstol de los Gentiles. Prácticamente cada frase merecería una reflexión propia para ayudarnos a llevar una vida verdaderamente cristiana, imitando a Cristo. El Apóstol quiere conducir por el camino de la santidad al rebaño que le fue confiado, pues sólo entonces la vida cristiana brillará con el esplendor de la bondad divina y se convertirá en una gran luz en este mundo.
Fijémonos, en primer lugar, en la exhortación de perdonarnos unos a otros. El perdón es uno de los regalos más bellos que podemos darnos mutuamente en el Espíritu del Señor. Nos lleva a renunciar a las acusaciones que podamos tener en nuestro corazón contra la otra persona, que son como una “cuenta de deudas” a la que podemos recurrir en determinadas situaciones. Estas acusaciones nos envenenan interiormente e impiden el crecimiento en el amor. Además, no dejan realmente libre a la otra persona.
Aquí se nos invita a entrar en la escuela de Dios para aprender de Él el perdón y esa actitud siempre dispuesta a perdonar. En efecto, el Señor mismo nos ofrece constantemente su perdón. El sacrificio en la Cruz fue consumado y abrió la puerta a la vida eterna para los hombres de todos los tiempos. Sin embargo, este don infinito sólo puede hacerse eficaz cuando lo acogemos y permitimos que el torrente del amor de Dios inunde nuestra alma.
Lo mismo sucede cuando una persona realmente nos ha hecho una injusticia. Sólo cuando ella tome consciencia y pida perdón abre el camino para poder acoger nuestro perdón, con el amor y la libertad que éste trae consigo. Pero incluso si no vemos aún una puerta abierta para la reconciliación, podemos educar nuestro corazón de tal manera que, de nuestra parte, nos deshagamos de todo aquello que nos impida perdonar. Así, nuestro corazón permanece abierto a la reconciliación y a la otra persona le resultará más fácil dar los pasos necesarios de su parte.
Nuestro modelo es el Señor, que está siempre dispuesto a derramar sobre nosotros su compasión y su amor, y no nos echa nada en cara cuando nos acercamos a Él con humildad para pedirle perdón.
Si tenemos dificultades, porque tal vez nuestro corazón está muy herido por lo que hemos sufrimos a manos de una persona, entonces es importante presentarle una y otra vez al Señor esta herida interior con los bloqueos que pueden resultar de ella, y pedirle al Espíritu Santo que nos toque y nos conceda su luz. Si lo hacemos con perseverancia, notaremos que quizá empiezan a disolverse las durezas en nuestro corazón y nos volvemos más dispuestos a perdonar.
El Apóstol San Pablo también nos exhorta a ensanchar nuestro corazón, soportándonos unos a otros. Esta es una gran tarea, porque significa que debemos tener nuestro corazón abierto de par en par al amor. Al mismo tiempo, es también una escuela interior para no dejarnos llevar inmediatamente por los sentimientos y reacciones negativas que aparezcan. Ciertamente la exhortación de soportarnos unos a otros no significa que tengamos que aceptar con pasividad todas las cosas realmente difíciles que la otra persona nos ocasiona –y que bien podrían cambiarse–, dejando que nos carcoma por dentro y convierta nuestra alma en una especie de “polvorín” que en cualquier momento puede explotar. Asimismo, las cosas o experiencias que no hemos superado espiritualmente pueden enfermarnos por dentro y agobiarnos todo el tiempo.
Soportarnos mutuamente tampoco significa que, por principio, tengamos que abstenernos de hacer notar a la otra persona aquellas actitudes suyas que realmente son una carga para los demás, si ella estaría en condición de cambiarlo. Pero debe hacérselo en un espíritu de fraternidad, de modo que sea una verdadera “correctio fraterna”.
Aquí también es el Señor nuestro modelo para saber soportarnos debidamente unos a otros. Esto significa crecer en el amor y aprender a mirar a la otra persona con los ojos del amor. El soportarse mutuamente está relacionado con la longanimidad, que es uno de los frutos del Espíritu Santo. Cuando notamos hasta qué punto el Señor nos soporta a nosotros, sin retirarnos jamás su amor y su atención, entenderemos que nuestro corazón necesita ensancharse.
Con demasiada facilidad surgen en nosotros sentimientos negativos, que nos hacen impacientes con el prójimo. Así, a menudo olvidamos que también nosotros somos una carga para los demás, que ellos tienen que sobrellevar. Si acudimos con constancia a la escuela de amor del Señor y pedimos al Espíritu Santo que nos enseñe cómo tratar a la otra persona, Él nos mostrará con mucha fineza cuándo debemos simplemente soportar en silencio y cuándo conviene hacer una corrección en el espíritu de caridad fraterna, cómo podemos practicar la paciencia, cómo resolver nuestras tensiones interiores…