Mt 11,7b.11-15
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar de Juan a la gente: “En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos padece violencia, y los violentos lo conquistan. Porque todos los Profetas y la Ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis comprenderlo, él es Elías, el que va a venir. El que tenga oídos, que oiga.”
¡El mayor entre los nacidos de mujer es menor al más pequeño en el Reino de los Cielos! ¡Qué perspectiva tan tremenda para nosotros! Si admiramos a Juan Bautista por la misión que le fue encomendada y reconocemos su grandeza, ¡cuánto más podemos entonces alegrarnos por lo que nos espera en el Reino de los Cielos, donde todos son más grandes, están más llenos de luz, más colmados de gracia, más profundamente unidos a Dios!
Si un día Dios, en su bondad, nos concede estar eternamente junto a Él, nuestra comunión con Él y los Suyos será perfecta. He aquí una buena razón para esperar confiadamente la hora de nuestra muerte. Aquí en la tierra no tenemos un hogar que perdura; pero, eso sí, tenemos una misión que cumplir.
¿Qué significará aquella afirmación del Señor de que “los violentos conquistan el Reino de los Cielos”? Ciertamente no se refiere a ejercer cualquier forma de violencia ilegítima para imponer el Evangelio. Cualquier conversión forzada o un paso de acercamiento a Dios que haya sido provocado con violencia psicológica, es en sí mismo una contradicción.
Pero estas palabras tampoco parecen ser una queja de Jesús ante la violencia que sufre el Reino de los Cielos. Antes bien, me parece que el Señor quiere indicarnos que hace falta una firme decisión de nuestra parte para recorrer el camino de seguimiento de Cristo bajo cualquier circunstancia. No podemos permanecer en un estado un tanto indeciso, mostrando así una cierta tibieza. La fe implica tomar decisiones, que luego tendremos que defender con valentía.
Pensemos en los mártires… Ellos no fueron violentos con nadie; pero sí que se hicieron violencia a sí mismos, cuando vencieron los miedos y temores que se cernían sobre ellos. A través de estos actos magnánimos, de alguna manera conquistaron el Reino de los Cielos.
Precisamente en estos tiempos, cuando las nubes anticristianas se ciernen cada vez más densamente sobre el mundo, se necesita la fuerza de la determinación, que hemos de aspirar y también pedírsela a Dios. Hay que vencer toda falsa suavidad y condescendencia, para que nuestra fe permanezca firme, sin tambalear o derrumbarse ante el ataque del relativismo.
El Señor pronuncia estas palabras cuando habla sobre Juan Bautista. Él, que no se dejó doblegar por Herodes; él, que defendió la verdad y padeció el martirio por su causa; él conquistó el Reino de los Cielos.
Al final de este evangelio, encontramos otra frase que tampoco es tan fácil de entender. ¿A qué se refiere Jesús cuando dice que Juan es Elías, que había de venir? Hasta el día de hoy, los judíos (y también algunos cristianos) esperan que el Profeta Elías –quien fue llevado al cielo en un carro de fuego (2Re 2,1-11)– vuelva en persona a la tierra al Final de los Tiempos.
Desde mi punto de vista, las palabras que aquí pronuncia el Señor apuntan a algo distinto… Probablemente se refiere a la misión de Elías, que había consistido en traer de vuelta a Dios al Pueblo que le había dado la espalda. Esta misma misión la llevó a cabo el Bautista, inmediatamente antes de que Jesús iniciara su ministerio público. Puesto que los judíos creían que Elías debía venir antes de que apareciera el Mesías, Jesús les dio a entender con estas palabras que este “requisito” se había cumplido ya en Juan Bautista.
Ahora, cuando esperamos la Segunda Venida de Nuestro Señor, creo que nuevamente podrían surgir testigos que precedan a su Retorno y que llamen urgentemente a los hombres a la conversión, preparando así el camino para la Parusía.
Esto podría estar relacionado con los dos testigos de los cuales se habla en el capítulo 11 del Apocalipsis:
“Yo haré que mis dos testigos profeticen, vestidos de saco, durante mil doscientos sesenta días. Ellos son los dos olivos y los dos candelabros que están en presencia del Señor de la tierra. Y si alguno quisiera hacerles daño, les saldrá fuego de la boca y devorará a sus enemigos; y si alguno quisiera hacerles daño, de la misma forma deberá morir. Ellos tienen el poder de cerrar el cielo para que no llueva durante los días de su profecía, y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para afligir la tierra con toda suerte de plagas, cuantas veces quieran. Cuando concluyan su testimonio, la bestia que surge del abismo entablará combate contra ellos, los derrotará y los matará.” (Ap11,3-7)
No sabemos cuán cerca está la Segunda Venida del Señor. Pero sí vemos cuántos pueblos viven alejados de Dios; y precisamente aquellos que en otros tiempos llevaban adelante la obra de la evangelización, ahora corren el peligro de hundirse en el abismo. Por eso, testigos como Elías y Juan, que llaman insistentemente al pueblo a la conversión, serían bienvenidos.