2Cor 8,1-9
Queremos informaros, hermanos, de los favores que Dios ha otorgado a las iglesias de Macedonia. Pues, aunque probados por numerosas tribulaciones, han rebosado de alegría, y su extrema pobreza ha desbordado en tesoros de generosidad.
Puedo confirmar que, espontáneamente y según sus posibilidades -incluso por encima de sus posibilidades-, nos pedían por favor y con insistencia poder participar en este servicio en bien de los santos. Y, superando nuestras esperanzas, se ofrecieron a sí mismos, primero al Señor y luego a nosotros, conforme a la voluntad de Dios. Así que rogamos a Tito que llevara a buen término entre vosotros esta generosa iniciativa, tal como lo había comenzado. Sé muy bien que sobresalís en todo: en fe, en palabra, en conocimiento, en preocupación por los demás y en la caridad que os hemos comunicado. Pues bien, sobresalid también en esta generosa iniciativa. No es una orden; sólo quiero comprobar la sinceridad de vuestra caridad, comparándola con la diligencia demostrada por otros. Ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza.
La lectura de hoy nos enseña cuál es el sentido más profundo de donar y compartir en las comunidades cristianas. No se trata solamente de una obligación que debemos cumplir; sino que es una gran muestra de amor. Podríamos decir que es un honor o, más aún, una gracia el poder compartir. ¡Esto es lo que nos enseña el texto bíblico de este día!
Evidentemente, la comunidad de Macedonia se había vuelto aún más receptiva al amor de Dios en medio de su necesidad. No se habían enfocado en sus propias necesidades; sino que buscaron la manera de expresar su amor. En efecto, los cristianos estamos llamados a ver y aliviar en primera instancia la necesidad de aquellos que son nuestros hermanos en la fe, sin por eso cerrar los ojos ante la necesidad de los demás que no son cristianos. Los macedonios habían comprendido lo que significa donar y compartir; sabían que de un modo muy concreto podían llevar así el Reino de Dios a las personas. La ayuda material es una que siempre podemos brindar, y si lo hacemos con amor y con fervor podemos convertirnos en un ejemplo contagioso para otros cristianos, como sucedió con la comunidad de Macedonia.
En todo caso, Pablo se valió del ejemplo de los macedonios para exhortar a los cristianos de Corinto a ser generosos. Este método de San Pablo es muy astuto, pues les retaba a una especie de “competición de amor”. Claro que no se trata de que cada uno quiera rendir más que el otro para sobresalir; sino que el uno se deje inflamar por el ejemplo del otro. También hay que tener presente cuál era la intención del Apóstol: se trataba de ayudar a las iglesias necesitadas. El encargo que se le había confiado era preocuparse por las comunidades en Jerusalén.
La dignidad de compartir con los pobres tiene otro aspecto importante. Me refiero a la dignidad de aquellos que se encargan de hacer colectas para los necesitados. Ellos no son ‘pedigüeños’, que insisten y molestan a la gente. Como lo vemos en el caso de San Pablo, quienes cumplen este servicio dan a los demás la posibilidad de acumular tesoros en el cielo, si lo hacen con honestidad. Ellos son los mediadores para los que no pueden ayudarse a sí mismos. Por eso jamás deben tener cargo de conciencia por pedir, pues no lo hacen para su propio interés sino para otros.
Aunque el mundo reconoce lo que se hace especialmente en el campo humanitario, hemos de recordar que la motivación para dar y compartir es el amor a Cristo. Por eso San Pablo nos recuerda que, al ayudar y compartir, nos unimos profundamente con el Señor: “Ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza.”