NOTA: Puesto que en los últimos días hemos meditado varias veces el evangelio que se lee hoy en el Novus Ordo (Jn 14,1-12), tomaremos en esta ocasión el evangelio según el calendario tradicional.
Jn 16,5-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Ahora voy a quien me envió y ninguno de vosotros me pregunta: ‘¿Adónde vas?’ Pero porque os he dicho esto, vuestro corazón se ha llenado de tristeza; pero yo os digo la verdad: os conviene que me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy, os lo enviaré.
“Y cuando venga Él, acusará al mundo de pecado, de justicia y de juicio: de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me veréis; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado. Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir. Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará.”
“Os conviene que me vaya.”
Esta afirmación de Jesús ciertamente era difícil de entender para los discípulos: ya no tener en medio suyo la presencia amorosa del Señor, que llegue a término aquel tiempo de fructífero servicio a los hombres, las horas de intimidad a solas con el Señor, sus múltiples enseñanzas… Los discípulos sin el Maestro: ¿cómo puede ser? ¿No es acaso un dolor demasiado grande quedarse sin Él? ¿Por qué no pueden marcharse con Él? ¿Por qué Jesús no los llevó inmediatamente consigo a la casa del Padre Celestial? ¿Qué habrán de hacer sin Él? Su corazón está embargado de tristeza…
Sin embargo, el Señor les dice que incluso les conviene que Él se vaya. ¿Cómo entenderlo?
En su momento lo entenderán, porque el Señor les dice la verdad. Lo experimentarán cuando descienda sobre ellos el Espíritu prometido, que Él les enviará. El Espíritu mismo les hará comprender estas palabras del Señor, y, aunque su Maestro ya no esté físicamente en medio de ellos, no se quedarán sin guía. El Espíritu les conducirá a la verdad plena.
En la Última Cena, cuando Jesús dirige estas palabras a los discípulos, ellos no las habrán comprendido todavía, ni tampoco lo que les dijo sobre el Espíritu de la verdad y lo que éste hará. Pero –como podemos suponer– le habrán creído y habrán asimilado sus palabras.
No tendría que pasar mucho tiempo hasta que los discípulos se encontrasen en una situación que no es muy distinta de la que nosotros, los cristianos, tenemos hoy en día. Nosotros no podemos ver corporalmente a Jesús, pero lo reconocemos a través de la fe, que el Espíritu Santo despierta en nuestros corazones; lo reconocemos por la Palabra que nos ha dejado; lo reconocemos en la Santa Eucaristía y de muchas otras maneras que el Espíritu Santo nos concede.
Este Paráclito, el Espíritu Santo, es a quien los discípulos necesitaban en su tiempo, así como nosotros lo necesitamos hoy en día. Es Él quien permanece junto a nosotros, señalándonos el camino recto, conduciendo a salvo a la Iglesia a través del tiempo, siempre y cuando Ella le obedezca y le guarde fidelidad.
Así como el Padre nos envía a su Hijo para dársenos a conocer a través suyo, así el Padre y el Hijo nos envían al Espíritu Santo para completar su obra. Esta es la razón por la que Jesús dice a los discípulos que les conviene que se vaya; que es justo que vuelva al Padre para poder enviarles al Paráclito y llevar a culmen su misión.
Así como el Hijo no habla por su propia cuenta, sino que pronuncia las palabras del Padre y cumple su Voluntad (Jn 12,49); así mismo el Espíritu Santo “no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir”.
El Señor todavía hubiera tenido muchas cosas que decir a los discípulos, pero ellos no podían sobrellevarlas aún. Por eso, le corresponde al Espíritu Santo conducirlos a la verdad plena. Y a este Espíritu Santo –el Amigo de nuestras almas– también le ha sido encomendada la obra de la santificación de las almas.
Nosotros, los cristianos que vivimos en el tiempo actual y que no hemos visto físicamente a Jesús, podemos, no obstante, entrar en una relación con nuestro Redentor que no es menos íntima que la de los discípulos con su Maestro. Nuestro Amigo divino, que ha sido enviado sobre nosotros, nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (Jn 14,26). Él es la memoria viva y siempre actual de las palabras y obras de Jesús. Además, a lo largo de los siglos, el Espíritu Santo ha llevado a la Iglesia a una comprensión más profunda de muchas cosas que hoy podemos saber, y la ha instruido.
Por tanto, podemos hoy decir que, efectivamente, convenía que el Señor se nos adelantara para prepararnos las moradas. Sí, fue bueno para los discípulos y su tristeza se convirtió en alegría.
Ahora aguardamos el Retorno glorioso de Nuestro Señor, y es el Espíritu Santo que nos ha sido enviado quien nos prepara para salir a su encuentro.
NOTA: Puesto que hoy es el día 7 del mes, que siempre lo dedicamos de forma especial a nuestro Padre Celestial, queremos invitaros a escuchar los “3 minutos para Abbá”, que es un pequeño impulso que publicamos a diario con el fin de profundizar la relación de confianza con Dios Padre. Podéis encontrarlos en los siguientes enlaces:
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