Empecemos hoy hablando un poco sobre la “oración de recogimiento”, que es capaz de conducirnos a la “antesala” de la contemplación, de manera que es la parte que nosotros podemos aportar para que el Señor encuentre el terreno preparado y pueda concedernos la oración contemplativa, si Él lo quiere.
El fundamento de la oración de recogimiento es la presencia de Dios en nuestras almas. Es aquella inconmensurable presencia a través de la cual Él está en nosotros como Creador y Sustentador, de una forma tan real que “en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28). Al mismo tiempo, es aquella presencia amistosa a través de la cual Dios mora como Padre, Amigo y dulce Huésped en el alma que se encuentra en estado de gracia, invitándola a vivir en comunión con las tres Personas divinas.
La oración de recogimiento consiste en la consciencia de esta gran realidad: Dios está en mí y mi alma es su templo (cf. 1Cor 3,16). En lo más íntimo de este templo me recojo para adorarlo, amarlo y unirme a Él.
Así exclama San Juan de la Cruz: “Oh alma, la más hermosa de las criaturas: tú quieres saber dónde está tu Amado, para hallarlo y unirte a Él (…). Regocíjate y ten por cierto que está cerca de ti; más aún, habita en ti. Regocíjate con Él en lo más profundo de tu ser por tenerle tan cerca. Ámalo aquí; anhélalo aquí; adóralo aquí; y no lo busques fuera de ti.”
Y Santa Teresa de Ávila remarca: “Para ir en su busca no se requiere alas; sino que basta retirarse a la soledad y contemplarlo dentro de uno mismo.”
Santa Teresa considera la oración de recogimiento como la más sublime entre las formas activas de oración, y señala que sólo hay dos requisitos para alcanzarla: Concentrar todas las potencias del alma y retirarse con Dios dentro de sí. Aunque inicialmente esto implique esfuerzo, con el paso del tiempo “el recogimiento se vuelve mucho más fácil y gustoso, los sentidos obedecen mejor, aunque uno no se haya librado aún por completo de las distracciones.”
La santa recomienda vivamente practicar esta forma de oración, diciendo: “Quien sea capaz de encerrarse así en el pequeño cielo de su alma, donde mora Aquél que la creó, puede estar seguro de andar por buen camino y de que llegará finalmente a la fuente de agua viva.”
Se trata, pues, de percibir la presencia del Señor en uno mismo y entrar en un diálogo íntimo con Él. Allí, en lo más profundo de nuestra alma, lo hallamos todo; y así aprendemos a no volcarnos hacia fuera y a intensificar nuestra vida interior.
La oración de recogimiento también puede ser practicada por los fieles que viven en el mundo, si se toman el tiempo para adentrarse en su “pequeño cielo”, donde la Santísima Trinidad ha puesto su morada (Jn 14,23).
De acuerdo a Santa Teresa de Ávila, el pasar de la oración más activa a la contemplativa se da en la cuarta morada del “castillo interior” del alma. Esta cuarta morada, a la que describe como la oración de quietud, constituye el eslabón entre las etapas más ascéticas y las más místicas en la vida espiritual. A partir de este momento, sería Dios mismo quien tome las riendas. La parte que le corresponde al hombre sería la de permitir el actuar de Dios, dejándose transformar por la relación cada vez más íntima con Él.
Santa Teresa ilustra este proceso de transformación comparándolo con el gusano de seda, que se convierte en mariposa. Debe alimentarse con buena meditación, lectura espiritual, oración y liturgia, hasta que estas formas de piedad lleguen a sus límites. Una vez llegada a este punto, el alma ha de empezar a tejer un capullo; un sitio en el que morirá su antigua apariencia, desprendiéndose de todo aquello a lo que se había aferrado. Si la persona está dispuesta a soltarlo todo, podría concedérsele una experiencia mística.
Santa Teresa describe esta experiencia de Dios en estos términos: “Dios mismo se conecta con el interior del alma, de modo que ella, al volver en sí, no puede dudar en modo alguno de que estuvo sumergida en Dios y Dios en ella.”
Esta experiencia transforma de raíz a la persona, así como sucede con la oruga que se convierte en mariposa.
Lo que hemos dicho hasta aquí sobre la contemplación podría ser suficiente para una primera impresión. Retomaremos indirectamente este tema cuando hablemos sobre la “purificación pasiva del espíritu”. Sin embargo, mañana celebramos la Solemnidad de San José, y es mucho lo que podemos aprender en nuestro itinerario cuaresmal de este santo, a quien Santa Teresa de Ávila amaba mucho.