Continuamos hoy con el tema que estuvimos tratando ayer. Nos enfocamos sobre todo en estas palabras del evangelio del 8 de febrero:
“Lo que realmente contamina al hombre es lo que sale de él. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, los deseos avariciosos, las maldades, el fraude, la deshonestidad, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.” (Mc 7,20-23)
Al estar dispuestos a percibir nuestras sombras ante un Dios amoroso, surge un doble realismo: por un lado, uno reconoce el “lado oscuro” dentro de sí mismo; y, al mismo tiempo, uno se encuentra con la misericordia de Dios. Empezamos a entender que Dios no nos rechaza ni castiga a causa de la impureza que procede de nuestro corazón; sino que, en su amor, Él se ha propuesto traer luz a las tinieblas.
Entonces, no se trata, de ningún modo, de “integrar nuestra sombra” –como lo propone, por ejemplo, la así llamada “psicología profunda”–, considerando nuestro “lado oscuro” como parte de nuestra personalidad. En esto no puede consistir el proceso de transformación del corazón. Una visión correcta de la “integración de la sombra” sería admitir el hecho de que en nuestro corazón existen abismos y que éstos no pueden ser reprimidos. Sin embargo, la sombra no pertenece esencialmente al hombre; sino que es la deformación de su verdadero ser; la herencia del “viejo Adán”, que, alejándose de Dios, cayó bajo el dominio del pecado (cf. Rom 5,12). Esta sombra desfigura la imagen de Dios en nosotros; pero Él, en su bondad, quiere restaurarla. Para este proceso, es esencial la purificación del corazón.
Por tanto, debe haber una clara decisión de la voluntad de no querer tolerar o relativizar nada en nosotros que no concuerde con el amor y la verdad. Para que veamos que tenemos que asumir responsabilidad por lo que sucede en nuestro interior, basta con recordar aquella palabra de Jesús que nos dice que el pecado del adulterio empieza ya con la mirada impura y no sólo con el hecho mismo (cf. Mt 5,27-28).
En el proceso hacia un corazón puro no podemos transigir ni tolerar medias tintas. Para tomar esta clara decisión, el requisito previo es haber vivido la así llamada “primera conversión”, porque a partir de ahí, emprendemos el camino a la “segunda conversión”, que también puede denominarse “conversión del corazón”.
Esta decisión de la voluntad, que hemos de tomar y mantener firme y conscientemente, es nuestro aporte esencial para que pueda darse la transformación de nuestro corazón. Pero la decisión sola no será suficiente, sobre todo en vista de nuestras debilidades humanas, que el Señor bien conoce. La parte principal en la transformación del corazón se produce por la gracia de Dios. En ese sentido, encontramos dos afirmaciones significativas en la Sagrada Escritura: por un lado, el Señor nos exhorta: “Haceos un corazón nuevo” (Ez 18,31); por otro lado, nos asegura: “Yo os daré un corazón nuevo” (36,26).
Entonces, el proceso concreto consiste en presentarle al Señor en la oración todo aquello que descubro en mí que no concuerda con el camino del Señor. Debido a que somos bastante ciegos ante nuestras propias faltas y actitudes equivocadas, hemos de pedirle una y otra vez al Espíritu Santo que nos muestre lo que aún requiere ser transformado, lo que no corresponde al camino de la santidad.
Volvamos al tema de los malos pensamientos, que es lo primero que el Señor mencionaba en este pasaje del evangelio.
Si surgen los malos pensamientos en nuestro corazón, hemos de orar inmediatamente a Dios, invocar al Espíritu Santo y contrarrestarlos de esta manera. San Benito enseña que hemos de estrellar los malos pensamientos contra la roca de Cristo.
Sería importante observar si tales pensamientos aparecen repetidamente. En caso de ser así, esto indicaría que no se trata simplemente de posibles ataques del demonio; sino que están más arraigados en nuestro interior y relacionados con ciertos sentimientos. Entonces por lo general no será suficiente con rechazarlos contundentemente una sola vez; sino que habremos de llevarlos una y otra vez ante el Señor –quizá en el Sagrario–, pidiéndole que nos sane y nos libere.
Pongamos un ejemplo: Resulta que, cada vez que veo a una determinada persona, surgen en mí pensamientos y sentimientos malos. A estas alturas, ya estoy consciente de que tales pensamientos son erróneos y atentan contra el amor. Así que lucho contra ellos… De hecho, logro ahuyentar estos pensamientos, lo cual ya es una victoria. Sin embargo, vuelven a aparecer casi cada vez que veo a esta persona. Esto podría indicar que aún tengo en mi corazón algo contra ella, que tal vez no le he perdonado, que tengo algún resentimiento hacia ella, etc. Por eso, es necesario llevar constantemente ante Dios estos sentimientos interiores y hablar con Él sobre esto, pedirle que los sane a través del Espíritu Santo y que me libere de ellos…
Así, estaré trabajando a dos niveles: por un lado, contrarrestando los malos pensamientos actuales, no consintiéndolos y apartando mi voluntad de ellos. Por otro lado, también nos dirigimos a la causa más profunda: los malos pensamientos y sentimientos pueden haberse arraigado en el corazón desde hace un buen tiempo. Entonces, el rechazo actual hacia la otra persona puede siempre “recurrir” a este potencial, por así decir, si no ha sido sanado y liberado por el Señor.
Mañana continuaremos con la tercera parte de este tema…
NOTA: He tratado específicamente el tema del manejo de los pensamientos y pueden encontrarlo por escrito en el siguiente enlace: http://es.elijamission.net/wp-content/uploads/2019/08/SOBRE-LA-VIDA-ESPIRITUAL.pdf (Pág. 11-15).
También hace parte de esta temática la conferencia sobre el conocimiento de sí mismo, que pueden encontrar en mi canal de YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=i9QDNBvER3I