Rom 15,4-9
Todo cuanto fue escrito en el pasado se escribió para nuestra formación, para que, con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras, conservemos la esperanza. Y que el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda compartir entre vosotros los mismos sentimientos, siguiendo a Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, acogeos mutuamente como os acogió Cristo para gloria de Dios. Pues afirmo que Cristo se puso al servicio de los circuncisos para manifestar que Dios es veraz, es decir, para dar cumplimiento a las promesas hechas a los patriarcas, y para que los gentiles alabasen a Dios por su misericordia, como dice la Escritura: “Por eso te bendeciré entre los gentiles y ensalzaré tu nombre.”
La lectura bíblica diaria –también llamada “lectio divina”– debería ser parte fundamental de nuestra vida espiritual. Es gratificante constatar que son cada vez más los católicos que descubren esta fuente de verdad y de vida. Quien adopte esta práctica espiritual, notará que, con el paso del tiempo, el alma empieza a tener hambre de la Palabra de Dios y obtiene de ella consuelo y formación. Cuanto más profundamente cale en nosotros la Palabra de Dios, tanto más nos orientará y nos instruirá, preservándonos de prestar oído a falsas voces. Puesto que es Palabra de Dios, posee la fuerza de transformarnos y de convertirse en el criterio de nuestro actuar.
Sobre la Virgen María el evangelista Lucas dice que guardaba las palabras, moviéndolas en su corazón (cf. Lc 2,19). Esta interiorización es la que trae el mayor fruto. No se trata sólo de una reflexión con el entendimiento; sino de que la Palabra penetre en el corazón, difunda allí su luz y nos “ilumine”, en todo el sentido de la palabra. De esta forma, tampoco perderemos nunca la esperanza, porque, por más difícil y desesperada que parezca la situación que afrontamos, siempre habrá una Palabra del Señor que el Espíritu Santo nos traiga a la memoria.
Por ejemplo, aquellas personas que sufren bajo la situación actual de la Iglesia, no deben sucumbir en la desesperanza; sino que han de recordar aquella palabra que nos asegura que las puertas del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia (cf. Mt 16,18), aun si los poderes de la oscuridad penetran en ella.
Las personas que se sienten agobiadas y cansadas, han de recordar las palabras del Señor: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso” (Mt 11,28).
La Sagrada Escritura nos ofrece tanto consuelo y fortalecimiento, junto con la verdadera instrucción y la sabiduría que nos transmite; de modo que su lectura ha de convertirse para nosotros en alimento diario, que nos robustece en todos los sentidos.
En lo que sigue en la lectura de hoy, el Apóstol habla de una gran unanimidad siguiendo a Cristo Jesús. ¡Aquí hemos de escuchar con mucha atención! No se trata simplemente de una unidad a nivel general, sino que está cimentada en el Señor mismo. Esto significa que, cuanto más profundamente estemos anclados en Cristo, tanto más fácil le resultará al Espíritu Santo conceder esta unanimidad entre nosotros, los hombres.
La lectura nos recuerda una vez más que todos los hombres están llamados a descubrir el inmenso amor de Dios, que nos ha manifestado en su Hijo. Él es la puerta de entrada tanto para los judíos como para los gentiles, para que se cumplan las promesas hechas al Pueblo de la Antigua Alianza y los gentiles alaben a Dios por su misericordia.
Ésta es la clave para la unidad entre nosotros, los hombres. Está cimentada en Dios y sólo la alcanzamos al recorrer el camino que Él ha trazado para nosotros en su Hijo Unigénito, que es el único camino que conduce al Padre (cf. Jn 14,6).
Por eso, cada día rezamos en las preces antes del Oficio:
“Por todos los que buscan a Dios, para que se dejen encontrar por su amor” – Kyrie eleison.“Por todos los que invocan el Nombre del Señor en verdad, para que encuentren la unidad en Ti”
– Kyrie eleison.