Is 11,1-10
Aquel día, brotará un vástago del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces flocererá. Reposará sobre él el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. Y se inspirará en el temor del Señor. No juzgará por las apariencias ni sentenciará de oídas.
Juzgará con justicia a los débiles, con rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al hombre cruel con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado. Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus lomos. Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño será su pastor. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán a sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra estará llena de conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día la raíz de Jesé, se alzará como estandarte de pueblos; las naciones la buscarán y su morada será gloriosa.
Gracias a este pasaje bíblico, conocemos los dones del Espíritu Santo, que tienen tanta importancia en el camino de la santificación. En efecto, cuando estos dones empiezan a actuar en nosotros, sucede aquello que se describe en la lectura de hoy: ya “no se juzgará por las apariencias ni se sentenciará de oídas”; sino que se empezará a ver las cosas cada vez más en el Espíritu de Dios y su luz nos permitirá juzgar de forma adecuada.
El espíritu de temor de Dios nos enseña a no hacer nada que pudiese ofender al Señor. Este don es ya un gran fruto del amor, y si prestamos atención a sus mociones, nos volveremos muy delicados y cuidadosos. El espíritu de temor impregnará todo nuestro pensar, porque intervendrá y nos corregirá cada vez que estemos en peligro de ofender a Dios con nuestros pensamientos y, por supuesto, también con las palabras y obras.
Nos puede llevar hasta el punto de evitar no sólo las graves afrentas al amor de Dios; sino incluso las más sutiles ofensas… Aquí no se trata, de ningún modo, de fomentar los escrúpulos, que quitan libertad a la persona y la ponen en un estado de constante tensión. Antes bien, es una atenta escucha al Espíritu Santo, quien no soporta ofensa alguna al amor, ni hacia Dios ni hacia las personas.
Aquí hemos tocado un siguiente punto de gran importancia: El don de temor no afecta únicamente a nuestra relación con Dios, aunque esto evidentemente es lo primero; sino que también repercute en la relación con el prójimo. El espíritu de temor nos enseñará a tratar atenta y respetuosamente al prójimo, a no ser injustos con él, a no ofenderlo, etc… Nos enseñará a proteger la libertad de la otra persona y, como dice el texto de hoy, a juzgar con justicia a los débiles y con rectitud a los pobres de la tierra.
En efecto, una auténtica relación con Dios lleva necesariamente a una relación más amorosa con el prójimo. Esta última se convierte incluso en una “piedra de toque” para examinar nuestra relación con Dios. Es decir que en nuestro trato con el prójimo tenemos un criterio para medir cómo está la relación con Dios.
La delicadeza que nace del don de temor de Dios nos librará de cualquier ligereza y frivolidad. Esto no significa que debamos tener una actitud tensa y miedosa ante la vida, pues esto sería incompatible con el amor. Pero podremos percibir cada vez más sutilmente en nuestro interior si con nuestras palabras y gestos estamos yendo más allá del límite y nos ponemos en peligro de ofender al amor. Así, identificaremos nuestra ligereza como un mensajero de la soberbia.
Finalmente, la lectura de hoy nos ofrece aquellas maravillosas promesas, que describen una realidad paradisíaca. Si hacen alusión a una existencia terrenal concreta, podremos constatar con facilidad que estos tiempos no han llegado todavía.
¡Pero las promesas sí que pueden empezar a cumplirse en el interior de las personas! Allí donde reina el amor y la reconciliación, allí donde se superan las diferencias, allí se purifica cada vez más el corazón, bajo el influjo del Espíritu Santo, ese corazón del que sale todo lo malo (cf. Mt 15,19). Es por eso que, con la gracia de Dios, poco a poco se dejará de hacer el mal y, en su lugar, se practicará el bien. Los crímenes cesarán y el conocimiento del Señor crecerá.
En aquellos que se dejan guiar por el Espíritu, el Señor ya está reinando desde su trono y es desde ya el “estandarte para los pueblos”.