NOTA: Durante estos días estaremos desarrollando en las meditaciones un tema para la vida espiritual. Para quienes deseen escuchar una meditación basada en el evangelio del día (Lc 17,11-19), dejamos aquí el enlace correspondiente: http://es.elijamission.net/la-gratitud/
El rechazo de los malos pensamientos
Todo pensamiento voluntario –es decir, consciente– que se oponga a Dios y a los hombres, debe ser radicalmente combatido.
Así como en el seguimiento de Cristo evitamos toda mala acción, aunque tengamos que hacernos violencia a nosotros mismos para no consentir a la tentación, así debemos hacerlo también con los pensamientos. De hecho, normalmente los pensamientos preceden a las acciones y preparan el camino para su ejecución y realización. Por eso hemos de velar atentamente sobre ellos y rechazar cada pensamiento malo que aparezca. Esta resistencia se logra invocando el Nombre de Jesús, pidiendo auxilio al Espíritu Santo o a través de otro medio espiritual apropiado, para así ahuyentar aquellos malos pensamientos. De este modo les negamos nuestra aprobación, nuestro consentimiento voluntario… ¡Y esto es decisivo!
No se trata, de ningún modo, de una represión de aquellos pensamientos que, por ejemplo, traen a flote ciertos sentimientos o contenidos inconscientes o semi-conscientes, que nos hacen ver las sombras que aún moran en nuestro interior. Antes bien, el rechazo de los malos pensamientos se da a través de la invocación del Nombre del Señor, para que Él, por medio de su Espíritu, los toque y los disuelva en nosotros. Así, no se los está reprimiendo, relegándolos al inconsciente, donde podrían seguir con su obra destructora sin ser detectados.
Ahora bien, hay que saber distinguir entre un fuerte pensamiento malo que me ataca repentinamente, queriendo ejercer sobre mí una especie de poder dictatorial; y otro pensamiento que, más bien, va surgiendo lentamente en mi interior, como una seducción o una perturbación. En el primer caso, puede tratarse de un ataque directo de las fuerzas del Mal. En el segundo caso, en cambio, suele tratarse de pensamientos que proceden de nuestro corazón, aunque también es posible que ambos elementos se entremezclen. Podría darse el caso de que surjan de mi propio corazón pensamientos negativos, y que sean los poderes demoníacos quienes se encarguen de acrecentarlos y convertirlos en un verdadero tormento. Por ejemplo, puede irse edificando toda una torre de intensos pensamientos de auto-acusación, con los que el demonio quiere llevar a la persona a la desesperación.
En el primer caso, cuando los malos pensamientos son ataques directos del Mal, es preciso armarse inmediatamente con la Palabra de Dios, invocar el Nombre del Señor e incluso hacer una oración de renuncia a los poderes del mal. Si se toma esta actitud decidida y dispuesta a luchar, suele retornar la calma después de un tiempo y el alma recupera la paz interior. A través de estas experiencias, Dios nos enseña la importancia de estar siempre vigilantes y además crece en nosotros una firme confianza en su fuerza y en su presencia.
En el segundo caso, cuando se trata de los pensamientos que proceden de nuestro propio corazón, el combate suele ser más largo, pues no se trata sólo de una concreta resistencia a un mal pensamiento; sino de que todo en nuestro interior se vuelva de forma constante a Dios. La insistente invocación de su Nombre les quita fuerza a los malos pensamientos; y, al mismo tiempo, nuestro interior se va abriendo cada vez más al Espíritu Santo. Dios se vale de estas circunstancias para purificar nuestro corazón y acrecentar su capacidad de amar.
En ambas formas del combate, sólo podremos salir victoriosos si no damos nuestro consentimiento a los malos pensamientos, si no dialogamos o negociamos con ellos, si no nos dejamos seducir por su posible atractivo ni justificamos su contenido. Sólo bajo esta condición dispondremos de la fuerza necesaria para luchar y vencer en el Señor estos pensamientos destructivos. De lo contrario, quedaríamos interiormente debilitados, porque quizá les damos todavía un secreto consentimiento, que nos imposibilita distanciarnos con la suficiente determinación y recurrir a las armas espirituales que corresponden.
El combate puede volverse realmente encarnizado, dependiendo de la intensidad de los ataques demoníacos o de qué tan arraigados estén en nuestro interior aquellos pensamientos. Sin embargo, la gracia de Dios nos fortalece para el enfrentamiento y hace a nuestra voluntad capaz de desprenderse de los pensamientos malos y dirigirse a Él.
En estas luchas no hay que desanimarse, aunque uno no siempre salga victorioso. En las derrotas, podremos darnos cuenta dónde estuvo el error y decidirnos a estar más vigilantes en la próxima ocasión. ¡En ningún caso podemos darnos por vencidos! Si Dios permite que enfrentemos estos combates, significa que ha empezado a guiarnos hacia un camino más profundo. En este contexto, vale mencionar que este tipo de luchas no sólo sirven para la purificación y consolidación de la propia alma; sino que, más allá de lo personal, podrían tener diferentes significados, de los que hablaremos en otra ocasión.
Mañana seguiremos desarrollando el tema de la ascesis de los pensamientos: ¿Qué hacer con aquellos pensamientos que no son directamente pecaminosos, pero sí inútiles?