Hab 1,2-3;2,2-4
¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que tú escuches, clamaré a ti: “¡Violencia!” sin que tú salves? ¿Por qué me haces ver injusticias, mientras tú miras la opresión? ¡Ante mí hay rapiñas y violencia, surgen disputas y se alzan contiendas!
El Señor me respondió de este modo: “Escribe la visión y grábala en tablillas para que pueda leerse de corrido. Pues la visión tiene un plazo, pero llegará a su término sin defraudar. Si se atrasa, espérala, pues llegará y no tardará. Sucumbirá quien no tiene el alma recta, mas el justo por su fidelidad vivirá.
La lectura de hoy tiene un nexo con las meditaciones de la semana pasada sobre la historia de Job. La pregunta que el profeta dirige a Dios podría parafrasearse en estos términos: ¿Cómo es posible que no respondas a mis oraciones y no intervengas, cuando hay tanta desgracia a mi alrededor?
Sin duda, es una pregunta que muchas personas llevan dentro y a algunas puede incluso llevarlas a la desesperación. A menudo no encontramos una respuesta inmediata a este cuestionamiento. ¿Por qué Dios permite la existencia del mal en el mundo? ¿Por qué permite que las tinieblas se extiendan? No pocas veces sus motivos permanecen velados a nuestro entendimiento, al menos temporalmente.
Sin embargo, las promesas de Dios se cumplirán, aun si parecen tardar. Esta certeza nos enseñará a ser muy cuidadosos en cuanto a explorar el tiempo concreto en que llegará a su cumplimiento tal o cual profecía (cf. Hch 1,7).
Los aparentes “retrasos” del Señor no son señal de que sus promesas no sean fiables; sino que apuntan a algo más (cf. 2Pe 3,9). Dios tiene el tiempo en sus manos y llevará a cabo sus planes cuando haya llegado el momento preciso. Sólo Él es capaz de conocer todas las circunstancias, integrándolas en su actuar.
Esto no significa de modo alguno que debamos dejar de ofrecer resistencia al mal y soportar todo en una actitud de resignación fatalista, porque, al fin y al cabo, el Señor un día nos librará de todos los males. Antes bien, Dios mismo nos exhorta a cooperar en su plan de salvación y nosotros, con nuestra oración y sacrificio, podemos hacer que sean acortadas –o quizá incluso impedidas– las amenazas que se ciernen sobre la humanidad.
De todos modos, seguimos con la confianza inquebrantable en Dios, porque lo que Él ha anunciado a los hombres se cumplirá. El mal no perdurará para siempre y no debemos dejarnos confundir por su existencia. Aferrémonos a Dios y a la verdad, a pesar de todo lo que suceda a nuestro alrededor y de tantas aberraciones que tengamos que descubrir.
No cabe duda de que vivimos en una época de confusión y oscuridad, que ha penetrado incluso en nuestra Iglesia. Eso nos llama a aferrarnos con más fidelidad y perseverancia aún al Evangelio y a la auténtica doctrina de la Iglesia, sin emprender rumbos que nos aparten de Dios y de su verdad.
No nos olvidemos de orar intensamente para que el Señor proteja y libere a su Iglesia del influjo de las tinieblas, de modo que Ella pueda cumplir sin impedimentos su misión, que consiste en anunciar a los hombres el mensaje de la salvación sin ambages ni adulteraciones.
“El justo por su fidelidad vivirá” –nos asegura la lectura de hoy. ¡La fidelidad triunfará, porque es la fidelidad a Aquel que es siempre fiel!
En la carta al ángel de la iglesia de Esmirna el Señor dice: “Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Ap 2,10).
Si no fuera porque el domingo tiene prioridad a nivel litúrgico, hoy, 2 de octubre, se celebraría la memoria de los santos ángeles custodios. Por eso queremos concluir esta meditación con algunas reflexiones de Monseñor Athanasius Schneider sobre el Ángel de la Guarda, quien ciertamente nos ayudará con gran fervor a que permanezcamos fieles al Señor…
“Cada bautizado tiene un ángel de la guarda propio, que nunca ha hecho de ángel de la guarda de nadie más. Dios es tan generoso en sus regalos que escoge un ángel desde toda la eternidad para ser solo una vez el ángel de la guarda de una persona específica, aun si esa persona solo viva un instante.”
Entonces, “mi ángel de la guarda me fue dado sólo a mí, y es un ser espiritual muy poderoso que está siempre en presencia de Dios y que se mantuvo fiel a Dios en la gran prueba de los ángeles, cuando algunos de sus hermanos apostataron con Lucifer.”
“El deseo más ferviente de cada ángel es algún día convertirse en un humilde servidor, en un ángel de la guarda de algún ser humano. La ambición de cada ángel es postrarse. Su ‘carrera soñada’ es ser pequeño, descender, y no ascender como los hombres en sus ambiciones profesionales.”
“Cuando amo a mi ángel de la guarda (…), seré más consciente de su presencia y no me atreveré a ofender a Dios. Es una ayuda para mí meditar en esto y pedirle: ‘Oh mi ángel de la guarda, cuando esté en peligro de ofender a nuestro Señor, por favor, adviérteme enérgicamente’.” En efecto, nuestro ángel custodio “nos protege en nuestras necesidades físicas, en nuestros viajes, en los accidentes y cosas así. Pero interviene muy específicamente en los accidentes del alma.”
“Una vez que la persona confiada a él llegue al cielo, estarán juntos durante toda la eternidad. Adorarán a Dios juntos como hermanos.”