Mt 19,27-29 (Lectura correspondiente a la memoria de Santa Clara)
En aquel tiempo, Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús: “Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué recibiremos, pues?” Jesús les dijo: “Os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o campos por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna.”
El ejemplo de vida de San Francisco de Asís inflamó a Santa Clara a tal punto que se unió a él en su camino radical de seguimiento de Cristo. Esto provocó una fuerte resistencia en su familia, que tenía otros planes para ella. Incluso se quiso usar violencia para obligarla a volver. Sin embargo, Santa Clara no se dejó desviar de su camino y permaneció fiel al llamado que le había sido dirigido. Según la tradición, su madre tuvo un sueño antes de que Clara naciera, en el que vio que de esta niña emanaría una luz para iluminar el mundo cristiano. ¡Y así fue!
Santa Clara fue fundadora de una orden. Posteriormente, se le unieron también sus hermanas Inés y Beatriz, e incluso su propia madre. Hasta el día de hoy existen monasterios de clarisas, donde se cultiva la contemplación.
El pasaje del evangelio que la Iglesia ha escogido para su memoria, encaja muy bien con su vida, porque realmente Clara lo dejó todo por causa de Jesús.
El texto bíblico y el ejemplo de su vida nos invitan a reflexionar sobre la importancia de una vocación. Ciertamente no todos están llamados a un seguimiento tan radical; pero existen estas vocaciones excepcionales, y son tan valiosas que todo lo demás debe ser colocado en segundo plano, incluso los vínculos familiares más estrechos.
¿Es que hoy en día sigue entendiéndose esto o será que, de acuerdo con el espíritu del tiempo, se está perdiendo esta radicalidad de la vocación?
Hoy en día se entiende cada vez menos que uno tenga que dejarlo todo atrás para responder a una vocación tal. Incluso en algunos monasterios no se presta suficiente atención a esto, de modo que los religiosos, por ejemplo, se ocupan demasiado de los asuntos familiares, en detrimento de su vocación.
Una vocación como la de Santa Clara y la de los apóstoles sirve directamente al Reino de Dios. En ellas, relucen de forma especial estas palabras del Señor: “Buscad primero el Reino de Dios” (Mt 6,33), o también: “El que meta su mano en el arado y mire hacia atrás, no es apto para el Reino de Dios” (Lc 9,62).
Para vivir una vocación tal, es decisivo orientarse en este criterio: ¿Qué es lo que sirve a la vocación que Dios me ha dado y qué no? Para discernirlo, debe aplicarse la prudencia cristiana. Vale aclarar que, para seguir un llamado tal, hay que abandonarse totalmente en Dios y dejar de buscar las seguridades humanas y de cultivar los hábitos que se solía tener. De hecho, son precisamente estos los que se convierten en obstáculos.
En el ejemplo de Santa Clara podemos constatarlo muy bien… Si ella hubiera cumplido el deseo de su familia de contraer un matrimonio conforme a su estatus social, no habría respondido a su llamado, ni tampoco se habría dado el de sus hermanas y posteriormente el de su madre. Hoy no habrían monjas clarisas para bendición de la Iglesia; el sueño de su madre no se hubiera cumplido. Pero, puesto que Clara, apoyada en la gracia de Dios, permaneció fiel a su vocación, pudo convertirse en luz, conforme al significado de su nombre.
¡Nada debe anteponerse a un llamado directo de Dios, porque su eficacia para el Reino de Dios tiene en sí otra dimensión que una vida en el mundo! Por tanto, sólo puedo animar a cada uno a dejar que Dios le muestre si le ha dirigido un llamado tal. A los padres de familia los aliento a apoyar una vocación como ésta si Dios la dirige a uno de sus hijos, considerándola una gracia especial y un honor. Por más importante que sea la familia, el llamado a seguir a Cristo de forma especial exige que la familia y sus intereses pasen a un segundo plano, para enfocarse totalmente en Dios. Puesto que se lo hace por amor a Dios, se convierte en bendición para todos los hombres.
Llegados a este punto, quisiera animar a los religiosos a vivir plenamente su vocación y a mantener la distancia apropiada frente al mundo. Lamentablemente, existe hoy en la Iglesia la tendencia a no hacerlo lo suficiente. Sin embargo, se echa a perder así algo esencial. Algo similar sucede cuando los sacerdotes se ocupan demasiado de los negocios de este mundo y descuidan la dimensión espiritual de su vocación.
La crisis en nuestra Iglesia se relaciona también con el descuido de la formación espiritual, de manera que las cosas mundanas adquieren demasiada importancia. En consecuencia, también se debilita la capacidad de discernir y fácilmente se pierde de vista la tarea primordial. Es evidente que, en tales circunstancias, no se puede combatir contra las tentaciones con la misma fuerza, por lo que la vocación se ve afectada.
Pero también a las personas que viven en el mundo y cumplen ahí su vocación, pueden servirles de guía ciertas directrices. Uno puede cuestionarse: ¿Qué es lo que sirve para el Reino de Dios y qué no?, de manera que la vida se enfoca en Dios.
¡Que el brillante ejemplo de Santa Clara nos ayude a vivir enteramente y sin falsas concesiones la vocación que Dios nos ha concedido!