Sobre la contemplación (Parte II)

¿Cómo podemos ser contemplativos los que tenemos un estilo de vida “común y corriente”?

Ayer habíamos hablado de que la contemplación es un don de Dios. No obstante, en lo que respecta a nuestra parte, podemos prepararle el terreno a través de nuestro camino espiritual, para que el Espíritu de Dios pueda obrar la transformación interior.

Tenemos aquí, entonces, una primera respuesta para la pregunta de cómo practicar la contemplación en un estilo de vida “normal”. Al igual que una persona que se retira a un monasterio para llevar allí una vida contemplativa, los que viven en el mundo están también llamados a recorrer el camino de santidad. Por eso, hemos de centrarnos primero en cómo ha de ser este camino de santificación dentro de las circunstancias de vida dadas. Cuando hablo de “circunstancias de vida dadas” me refiero a aquellas que ya implican un compromiso y que normalmente ya no están abiertas para un llamado de Dios a otra forma de vida.

Es necesario diferenciar bien esto, porque cuando aún no están fijadas las circunstancias de vida, por ejemplo, si uno no está todavía casado ni ha formado una familia, el Señor puede llamar a una vida que en toda su estructura esté totalmente centrada en la contemplación.

En cambio, si vivimos en el mundo conforme a la Voluntad de Dios, las circunstancias dadas se convierten en un reto para unirnos cada vez más profundamente a la Voluntad Divina y a realizar en su Espíritu las tareas que nos hayan sido encomendadas. De hecho, la meta de la vida espiritual es la unificación plena con la Voluntad de Dios.

Ahora bien, para comprender cada vez mejor cuál es la Voluntad de Dios en la situación concreta y ponerla en práctica, es imprescindible una intensa vida de oración. La oración nos lleva al diálogo constante con Dios, al intercambio interior con Él. Esta oración, que nos prepara para la contemplación y, a partir de cierto punto, se convierte ella misma en oración contemplativa, no debería ser sólo esporádica u ocasional; sino que ha de cumplir algunas condiciones:

  1. De acuerdo a las posibilidades, nuestra oración ha de ser regular.
  2. Deberíamos procurar celosamente emplear todo el tiempo que tengamos a disposición para estar con Dios. Sin descuidar nuestros deberes de estado, hemos de poner atención en no perder tiempo con cosas innecesarias. Para ello, debemos examinar bien nuestras costumbres, cuestionándonos si acaso nos atan a la periferia y debilitan la atención que el alma ha de dirigir a Dios. Porque hay una gran diferencia entre realizar los quehaceres en el marco de los deberes que me corresponden; o perderme voluntariamente en estas labores exteriores.

Esto significa que hace falta una cierta ascesis espiritual, que esté vigilando si realmente le estoy dedicando a Dios todo lo que esté dentro de mis posibilidades. ¡No cabe duda de que también viviendo en el mundo se puede poner esto en práctica! Bajo las circunstancias de vida normales, podemos demostrarle así a Dios que preferimos la cercanía de su presencia antes que las distracciones mundanas.

  1. En este punto, retomamos el método de San Francisco de Sales, que ponía énfasis en la meditación de la omnipresencia de Dios y, en particular, la presencia de Dios dentro del corazón. También San Benito Abad, el padre del monacato en Occidente, insistía a sus monjes que tuvieran presente que viven en la presencia de Dios. Esto sí que puede practicarse también en el mundo, recordando que todo mi trabajo lo hago de cara a Dios, de manera que, con el paso del tiempo, los quehaceres se convierten en un servicio a Él, en un aporte para el Reino de Dios. También podríamos decir que hemos de hacerlo todo con la mirada puesta en Dios. Esto será ya un paso importante para aprender a entender mi actuar a la luz de Dios, y no simplemente dejarme llevar por la dinámica del trabajo.

Aún más profundo es el aprender a conocer la presencia de Dios en el propio corazón.

Resulta fácil entender que, para avanzar en esta interiorización, conviene hacerlo en un espacio de silencio. Podríamos, por ejemplo, sacrificar algunos minutos de nuestro sueño, temprano en la mañana, cuando el día aún es “virgen”, para simplemente permanecer en silencio ante el Señor e intentar percibir Su presencia en nosotros. En este contexto, saco a colación las meditaciones sobre la oración del corazón (23-25 de febrero de 2019), que es un excelente ejercicio para adentrar en el interior del corazón. También quisiera mencionar lo que señalé algunos días atrás con respecto a crear una “recámara del corazón”, en la cual uno pueda retirarse para cultivar allí un profundo contacto con Dios (15 de noviembre de 2019).

Quiero insistir nuevamente en el aspecto del silencio, que tiene un valor inestimable. Cada vez que nos exponemos voluntariamente al ruido de este mundo, se nos dificultará enormemente el acceso a la interiorización. El silencio hay que buscarlo, y entonces uno notará por cuánto ruido solemos estar rodeados. Esto incluye también el hablar excesivo.

Continuaremos con este tema…


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
http://es.elijamission.net

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