El amor de Dios y la misión – Meditaciones sobre el Mensaje del Padre (Parte 25)

Si entendemos la misión –que es el encargo del Resucitado de anunciar el evangelio a toda creatura (cf. Mt 28,19)– como expresión del amor de nuestro Padre, que busca a Sus hijos, entonces nos acercamos mucho a los deseos más profundos del Corazón de Dios. Él hace a los Suyos partícipes en esta búsqueda, confiándoles así un profundo anhelo de Su Corazón.

En el Mensaje del Padre escuchamos lo siguiente:

“Si alguien iría donde todas aquellas almas abandonadas a sus supersticiones, o a tantas otras que invocan a Dios porque saben que existo, pero sin saber que estoy cerca de ellas; si les diría que el Creador es también su Padre, que piensa en ellas y las cuida, que las rodea con un afecto entrañable en medio de tanto dolor y desánimo, obtendría la conversión incluso de los más obstinados, y estas conversiones más numerosas serían también más sólidas; es decir, perseverantes.”

En efecto, es una gran diferencia si las personas simplemente aceptan la existencia de Dios a nivel general, o si reconocen y experimentan concretamente que Él es un Padre, que se ocupa de ellas y las rodea con profundo amor. El intuir y percibir algo de Dios tiene aún mucha incertidumbre; en cambio, el anuncio de un Dios personal y el consecuente encuentro con Él toca a la persona en su totalidad. Experimenta lo que es ser amado por Dios, lo cual será decisivo para su camino posterior.

En su Mensaje, el Padre continúa planteando la pregunta retórica de si acaso no se podría decir que los misioneros ya se han dirigido a los no creyentes y les han hablado de la misericordia y del amor de Dios, y si aún habría más que decir… El Padre mismo responde a esta objeción:

“Los misioneros han hablado y siguen hablando de Dios en la medida en que ellos mismos me conocen, pero os digo que no me conocéis como soy, por eso vengo a proclamarme como Padre de todos los hombres, el más tierno de los Padres, y para corregir el amor que me ofrecéis y que está distorsionado por el miedo.”

Esta respuesta nos deja en claro que, para que el anuncio del evangelio sea lo más fructífero posible, requiere de la relación correcta con Dios, y de haberla interiorizado.

Esto podemos entenderlo fácilmente cuando vemos que, aun conociendo bien el mensaje del evangelio y su doctrina, el anuncio puede carecer del amor verdadero. En este caso, la persona portadora de la Buena Nueva aún no ha quedado lo suficientemente impregnada por el amor a través del encuentro con Dios. Todavía carece de libertad en diversos sentidos, y estas carencias de libertad le impiden al Espíritu Santo desplegar toda la belleza de Su presencia.

Como el Padre nos señalaba, el problema radica en que aún falta conocer el Ser amoroso de Dios. De ahí que se vea restringida la transmisión de la fe, y aquellas personas que han de ser tocadas por el evangelio, encuentran muy poco de la verdadera imagen de Dios.

Quizá se podría decir que, en el pasado, se ponía a veces demasiado énfasis en la severidad de Dios, y este temor no permitía que se reflejase la verdadera imagen de Dios. En el extremo opuesto, puede suceder que uno quiera centrarse principalmente en la misericordia de Dios, pero se corre el riesgo de predicarla sin contornos, de modo que tampoco se transmite la verdadera imagen de Dios.

De lo dicho hasta aquí, queda claro cuán importante es este “Mensaje del Padre” para corregir la imagen que nos hemos hecho de Dios. El verlo como un Padre amoroso nos da una gran luz, en la cual hemos de vivir y permanecer. Así dice textualmente el Mensaje:

“Las almas no me conocen, en la medida en que domina en ellas un falso concepto que tienen de mí. Pero ahora que os doy esta luz [la luz de conocer a Dios como a un Padre amoroso], permaneced en esta luz y portadla a todos. Será un poderoso medio para alcanzar conversiones e incluso, de ser posible, cerrar las puertas del infierno.”

Al acoger el amor de Dios y al sumergirnos en él, posibilitaremos otro nivel de fecundidad en la misión, porque nuestro anuncio estará sostenido por el amor. En otras palabras: el Espíritu Santo podrá, a través de nosotros, llevar el amor a la otra persona y despertarla, de modo que puedan darse conversiones más numerosas y más profundas.


Harpa Dei acompaña musicalmente las meditaciones que a diario ofrece el Hno. Elías, su director espiritual. Éstas se basan normalmente en las lecturas bíblicas de cada día; o bien tratan algún otro tema de espiritualidad.
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