Llamados a la santidad

1Tes 4,1-8

Hermanos: os rogamos y os exhortamos en el Señor Jesús a que os comportéis y agradéis a Dios tal como nosotros os enseñamos, y a que continuéis progresando en ese camino. Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Señor Jesús. Dios quiere vuestra santificación: que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios; que nadie falte a su hermano ni se aproveche de él en este punto, pues el Señor se vengará de todo esto, como ya os dijimos y lo repetimos, pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Así pues, el que esto desprecia, no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os hace don de su Espíritu Santo.

Estamos llamados a la santificación, y, en efecto, es ésta la tarea más importante que hemos de emprender una vez que hemos vivido una verdadera conversión. El camino de santificación significa empezar a escuchar al Espíritu Santo, quien se convierte en el guía de nuestra vida espiritual. 

Para agradar a Dios, dejamos atrás el viejo egoísmo; aquella actitud en la que solemos girar en torno a nuestro propio ‘yo’. En lugar de ello, aparece la pregunta decisiva: “Señor, ¿qué es lo que a Ti te agrada?” Si se la planteamos sinceramente, iremos comprendiendo cada vez mejor la respuesta que Dios nos da, pues a Él le encanta esta pregunta, que lo glorifica. 

En el plano humano, sabemos cuán hermoso es encontrarnos con alguien que nos pregunta con sinceridad: “¿Qué puedo hacer por ti?” ¡Esta persona se ganará rápidamente nuestro afecto! Ahora bien, esto sucede aún más si le dirigimos a Dios este cuestionamiento, cuya generosidad es insuperable. En efecto, la pregunta “¿cómo puedo agradarte?” es ya el efecto del don de piedad, que es uno de los siete dones del Espíritu Santo que sirven para transformarnos enteramente conforme a la voluntad de Dios. Si esta pregunta se convierte en el faro de nuestra vida, nos dará orientación y empezaremos a desprendernos de nosotros mismos para centrarnos cada vez más en Dios.

La lectura de hoy nos muestra que los tesalonicenses ya habían emprendido el camino de santificación, y San Pablo les invita a progresar en él. Esto nos indica algo muy importante: es posible mejorar en el camino de seguimiento de Cristo. Dicho en otras palabras, es posible crecer en el amor. 

Precisamente de esto se trata el camino de santificación, pues Dios ha derramado el Espíritu Santo en nuestros corazones (cf. Rom 5,5). Y puesto que el Espíritu Santo es una persona divina, es el mismo amor de Dios el que ahora actúa en nuestro interior. Este amor es perfecto, y nos invita a vencer nuestras imperfecciones, a evitar el pecado y a percibir el influjo del Espíritu Santo en nosotros y sobre nosotros.

Este camino no es tan difícil como podría parecer en un primer momento, ni mucho menos es inalcanzable. Tengamos presente que es el Espíritu Santo quien nos recuerda todo cuanto Jesús dijo e hizo (cf. Jn 14,26), y además nos da la fuerza para ponerlo en práctica. 

Imaginemos un buen maestro que nos instruye en nuestro trabajo. Nos dirá cómo debemos hacer las cosas; nos dará consejos; nos dará ánimo cuando estemos a punto de rendirnos; nos corregirá cuando estemos equivocados; insistirá en que escuchemos sus indicaciones y en que estemos atentos cuando nos hable… Si valoramos a nuestro maestro en el ámbito laboral y confiamos en él, nos resultará tanto más fácil acoger sus enseñanzas, y cumplir las tareas que nos han sido encomendadas.

Desde esta perspectiva, no nos resultará difícil comprender cómo actúa el Espíritu Santo, pues Él es el verdadero Maestro de la vida interior. Además, Él nos proporciona la fuerza para desplegar la vida sobrenatural en nosotros, fortaleciendo nuestra voluntad e iluminando nuestro entendimiento. De esta manera, podemos crecer día a día en el amor. 

En el texto de hoy, el Apóstol de los gentiles exhorta a hacer uso adecuado del don de la sexualidad. Aparentemente en la comunidad de Tesalónica aún había dificultades para refrenar el instinto sexual a través del amor. Por una parte, Pablo exhorta a los tesalonicenses a abandonar la fornicación, pues el contacto sexual fuera del matrimonio no corresponde a la Voluntad del Señor. Pero tampoco dentro del matrimonio la vida sexual ha de estar dominada por la lujuria. Esto quiere decir que el placer, que es un regalo para la unión conyugal, no debe convertirse en un fin en sí mismo, cayendo en prácticas indignas e inmorales. 

En nuestro tiempo, sigue siendo un gran reto vivir la sexualidad conyugal con dignidad y de forma santa, sabiendo integrar apropiadamente el placer sexual en el amor de los esposos. Probablemente este reto se dirige de forma especial al varón, que suele ser más débil en el campo de la lujuria.

La santificación abarca a toda la persona, que está llamada a configurarse según la imagen de Dios, para que en ella se desarrolle y resplandezca todo lo que Dios le ha dado, para Su mayor gloria.

NOTA: Aunque en esta meditación no hemos tematizado a la santa a quien hoy conmemoramos, Santa Mónica, la madre de San Agustín, invitamos a leer la reflexión que le dedicamos el año pasado: http://es.elijamission.net/la-lucha-por-la-conversion-2/

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