Confiad en el Señor

Is 26,1-6

Aquel día se entonará este cantar en tierra de Judá: “Ciudad fuerte tenemos; murallas y antemuro la protegen. Abrid las puertas, que entre gente fiel, que guarda la lealtad. Su ánimo es firme, atesora la Paz, porque en ti confió. Confiad siempre en Yahvé, pues Él es nuestra Roca eterna: derrocó a los habitantes de la altura, abatió la villa inaccesible; la hizo caer por tierra, la obligó a morder el polvo. La pisotean los pies de los pobres, las pisadas de la gente humilde. 

El núcleo del mensaje de este día es la invitación a confiar en Dios, para que Él mismo sea nuestra “ciudad fuerte”. Sabemos que todo se desvanece, y es por eso que es tan importante que en Dios pongamos nuestra esperanza, y que en esta fe afrontemos todas las adversidades de la vida. 

La confianza en el Señor es una de las flores más valiosas en el jardín de Dios. Ella ennoblece al alma y honra a Dios de forma especial. De hecho, al Señor le encanta nuestra confianza, pues ésta es la actitud más justa y pura frente a Él. A causa de la caída en el pecado, lamentablemente quedó profundamente afectada la relación de confianza con Dios. Desde entonces, los hombres intentan depositar su confianza en otras cosas, y a menudo tienen que experimentar la correspondiente decepción. 

Se puede aprender a confiar, y es también una decisión que se toma: “Sí, yo quiero confiar”. Y no solamente deberíamos hacerlo cuando se hayan agotado las posibilidades, cuando ya no nos quede otra opción más que confiar en Dios. Ciertamente Él se vale también de tales circunstancias, para hacer entender al hombre que, en última instancia, sólo en Él se puede confiar con toda seguridad, lo cual es sumamente importante para la vida espiritual. Sin embargo, esta forma de confiar cuando ya no queda otra alternativa, no posee aún todo el esplendor de la confianza, que tanto embellece al alma. 

Todos hemos visto la sonrisa confiada de un niño inocente, cuando le mira a los ojos a la mamá; una sonrisa que aún refleja el “ser uno” con su madre. El niño está cobijado y seguro, y una escena tal verdaderamente transmite armonía y felicidad. 

En este caso, la confianza no es aún una decisión consciente, sino que brota naturalmente del amor entre madre e hijo. Lamentablemente hoy en día se pierde cada vez más esta sensación de seguridad que el alma del niño debería experimentar en el amor de sus padres. Hoy en día, muchas veces los niños tienen que afrontar experiencias que defraudan su confianza y la perturban profundamente. En consecuencia, fácilmente se proyectarán tales decepciones también a la relación con Dios, puesto que la relación de confianza dentro de la familia debería reflejar la de Dios con nosotros.  

Sin embargo, a pesar de haber sufrido trastornos en la confianza a nivel natural, sigue siendo posible aprender a confiar en Dios: una confianza que va introduciendo cada vez más al alma a esa armonía en la que vivía el hombre con su Creador en el Paraíso. En este caso, no sólo se trata de activar la confianza cuando uno se encuentra en situaciones críticas; sino de vivir permanentemente en la verdadera relación con Dios, nuestro Padre. 

Así como lo vemos en la armoniosa relación entre el niño y su amorosa madre, también el alma, a través de la gracia, va adentrándose más y más en un estado casi paradisíaco. Antes de la caída en el pecado, el hombre vivía en esta relación confiada con Dios. Entonces, si reconquistamos la confianza en Él, nuestra alma retornará a la relación que Dios quiere tener con nosotros, a pesar de que sigan sintiéndose las consecuencias de la caída y aunque padezcamos las circunstancias adversas de esta vida. 

Ciertamente la vida ahora es distinta a la que era en el Paraíso, de modo que la confianza en Dios no suele brotar naturalmente de la relación de amor con Él. Las consecuencias del pecado original han quedado marcadas en el alma. Incluso a aquellas personas que tuvieron la gracia de crecer en una buena familia, a veces no les resulta fácil confiar totalmente en Dios, y pueden tener reservas inconscientes a la hora de seguir las numerosas invitaciones de Jesús de entregarse incondicionalmente a Dios. 

Por eso, deberíamos pedir la confianza en Dios y tomar la decisión de confiar siempre en Él, educando nuestro corazón hacia esta dirección. La oración “Jesús, en ti confío” debe ir acompañada de pasos concretos en la vida cotidiana y, sobre todo, han de ser vencidos los miedos. De hecho, tendemos a dejarnos llevar por la dinámica del miedo, sin oponerle verdadera resistencia con los respectivos pasos de confianza (Véase la meditación sobre el miedo, del 9 de noviembre de 2021: http://es.elijamission.net/carencias-de-libertad-i-el-miedo/). Pero cuanto más nos ejercitemos en dar tales pasos, tanto más crecerá nuestra confianza, y así recibiremos serenidad y paz, y el Señor se convertirá en nuestra Roca eterna.